“Si no le enseñáis al pájaro a volar más alto,
enseñadle a que caiga mas rápido”.
Nietzsche. Así habló Zaratustra
Pablabras Clave: Maestro, debe ser leido en terminos del
buen educador. Profesor, en terminos de aquel contra quien en este escrito nos
rebelamos.
Introducción.
Cuentan los biógrafos, que en el año 1928, en la ciudad de Frankfurt, un temerario estudiante de tesis postdoctoral presentó en su trabajo de “habilitación” una osada reinterpretación del marxismo a la luz del mesianismo judío, que el grupo calificador, -materialistas “duros”- catalogaron como “ilegible”, lo cual coartó de manera definitiva la plaza de profesor a la cual aspiraba dicho estudiante. ¿El nombre de la tesis? “El origen del Drama Barroco Alemán”, ¿Su autor?: Walter Benjamín. Un año más tarde, y...no muy distinto de la anécdota anterior, se escribe La Poética de Dostoievski, considerada una de las obras fundacionales de la estilística y de los grandes textos en la arena de la crítica literaria. Su autor, Mijail Bajtin pasó 40 años de su vida impartiendo clases de gramática en una apartada aldea siberiana, y la obra censurada por el gobierno de Stalin. Unas cuantas décadas atrás, Ritschl, el maestro de Nietzsche, calificaba al mismo de “megalomanía” y “ebriedad” luego de darle a conocer el resultado de su trabajo iniciático denominado El Origen de la Tragedia, atacado y desacreditado virulentamente por la comunidad académica del momento. Dicha obra, muchos años después, por comunidades académicas “mas doctas”, consideraron el texto citado como aquel que abre una manera por completo nueva de pensar: la visión trágica de la vida. Sobre esta disputa bastante irónica a la luz de nuestros días... califica el prologuista y traductor Sanchez Pascual como... “el ejemplo clásico del desconocimiento del genio (…) arquetipo de lo que sucede y sucederá siempre cuando, por un malentendido, chocan entre sí el filósofo (el verdadero filosofo) y el erudito.”[1]
Si
bien he comenzado con un recuento de sucesos históricos en torno a grandes pensadores, entendiéndose quizá una mera recapitulación jocosa para luego exponer alguna tesis conceptual en torno al problema de la educación, en realidad lo que aquí se pretende es por entero lo contrario: la descalificación total del que hacer filosófico en Colombia, y en particular de la Universidad Nacional. Dicha postura agresiva y violenta, aunque se haga escuchar por una vía institucional, no tiene por meta sino lanzar públicamente el veredicto que desde el primer semestre de mi llegada a esta universidad he venido maquinado y fortaleciendo en torno a una academia decadente y que en pocas palabras, no sirve para absolutamente nada.[2] Las razones ya serán expuestas, pero de antemano me es importante precaver a quien me escucha, para que no dé a mis palabras un carácter de texto académico, sino más bien, de panfleto político.
Pero... si es a partir de la lectura por lo cual comenzamos a pensar filosóficamente el mundo, la pregunta fundamental que buscamos se deriva de la anterior: ¿puede realmente la lectura enseñar a pensar? y.. ¿Cuáles son los limites hasta los que llega el docente con relación a la lectura en toda pedagogía que se pretenda humanística? O mejor, evitando toda actitud políticamente correcta hagamos la pregunta: ¿Hasta qué punto los que enseñan a leer en tanto que a comprender los textos que se imparten, en realidad no castran la posibilidad de pensar filosóficamente de manera seria y contundente?¿Existe realmente esta labor de los docentes? Lamentablemente nuestro veredicto es un rotundo aprobado, y para ello, basta observar lo que exigen de nosotros, los estudiantes, a la hora de presentar un trabajo de grado: “No se trata de elaborar una obra maestra o de legarle a las futuras generaciones los más profundos e íntimos pensamientos para luego pasar a la inmortalidad. Más bien, el estudiante debe concebir su monografía como un ejercicio académico que sigue los lineamientos básicos del ensayo final de un seminario.” Habría que preguntarnos cuál hubiese sido el resultado de Benjamín o Nietzsche si hubiesen escrito lo que se esperaba de ellos, es decir, el comentario, la reinterpretación de algún concepto en algún filosofo de fama, etc.
Recurrente es en las academias de filosofía en Colombia el problema de cómo generar un pensamiento propio, pero nosotros afirmamos que mientras esta sea la actitud de los docentes en quienes recae la labor de la enseñanza de la filosofía, un pensamiento latinoamericano no será nunca otra cosa que un imposible. Bastante disiente es ya de por sí que lo mejor del pensamiento colombiano se encuentre representado por hombres que nunca pisaron un claustro universitario, pero no por ello exentos de una profundidad filosófica y existencial a la altura de muchos escritores europeos. Es el caso de Fernando Gonzales, Estanislao Zuleta... de quien al leer sus reflexiones no puede uno dejar de rastrear una rigurosa radiografía de la actitud facilista y pusilánime que adoptamos hacia la vida, las relaciones amorosas, la política y por su puesto la precaria educación que lejos de formar grandes hombres, ha boicoteado su surgimiento.
Pasado ya un tiempo, charlando con un maestro, este me decía respecto a la relación del individuo con la escritura, “siempre que escribamos algo, debemos hacernos la siguiente pregunta: ¿es este texto algo que yo leería?”. Esto último nos lleva de nuevo al problema de la lectura, ¿cómo leemos? La respuesta es que no leemos desde un problema, sino desde una solución, lo cual convierte toda lectura en estéril pues la labor académica se resuelve en la pleitesía que rendimos hacia el docente que ilumina al estudiante respecto al texto, y que el estudiante, convencido por esta misma pleitesía cree que no logra entender desde la soledad de la lectura. “Pero...-decía una alumna- permitir cualquier interpretación nos llevaría a que se diga cualquier cosa sobre cualquier escrito”, esto por supuesto, es una falacia, pues supone que existe una interpretación “correcta”, “objetiva” y no solo esto sino que el que posee la interpretación adecuada no es otro sino el profesor. Todo lo anterior nos ha llevado, en la lógica de la democracia participativa, a la pretensión de neutralidad, es decir, a la lógica cínica que prevé la inclusión del alumno aun cuando el docente crea fervientemente que sus intervenciones no son otra cosa que la torpe participación de la mente en formación. Por tanto, se crea una comunidad asegurada en sus metas, un poco mezquinas, que nunca se pone en duda a sí misma y a la cual se aplica perfectamente aquella reflexión que hiciera Zuleta en el Elogio a la Dificultad sobre la pretensión de las sociedades humanas por dogmas e ideologías que pudiesen dar cuenta de todo y solucionar todo problema y con la cual el estudiante se muestra bastante acomodaticio: “El atractivo terrible que poseen las formaciones colectivas que se embriagan con la promesa de una comunidad humana no problemática, basada en una palabra infalible, consiste en que suprimen la indecisión y la duda, la necesidad de pensar por sí mismo, otorgan a sus miembros una identidad exaltada por la participación, separan un interior bueno –el grupo– y un exterior amenazador. Así como se ahorra sin duda la angustia, se distribuye mágicamente la ambivalencia en un amor por lo propio y un odio por lo extraño y se produce la más grande simplificación de la vida, la más espantosa facilidad.” ¿No obstante, se dirá, existe realmente ese exterior amenazador? ¿Dónde podemos encontrarlo? Podríamos atrevernos a decir que ese exterior se encuentra tanto en nosotros mismos, como en la sociedad que nos rodea. En nosotros -desde la interioridad atravesada por la ideología dominante- en la medida en que enmascaramos nuestra angustia mediante mecanismos de identificación que nos brindan una posición de aseguramiento. Se asegura el docente cuando habiendo alcanzado el cargo de profesor, no toma la vida como un problema, cuando habiendo realizado su doctorado en alguna universidad extranjera, cree así que el prestigio otorgado por un título lo deja exento de pensarse filosóficamente su propia existencia y la sociedad que le rodea. Se asegura el estudiante cuando habiendo alcanzado el cupo en la que se jacta de ser la mejor de las universidades de Colombia, cree así que se encuentra en la vía correcta -la que le dictan sus profesores- y se encierra en los límites físicos y mentales de los muros donde se discute con pretensión de rigor a Aristóteles, Kant o Hegel, o más patético aun, cuando siendo no otra cosa que el carga maletín del profesor, busca asegurarse las migajas de dictar en un futuro un curso mediocre y mecánico.
De
este modo, no solo con la filosofía sino con la vida misma confirmamos aquello que ya formulara Nietzsche en Aurora, “existe la ilusión de haber leído cuando todavía no se ha interpretado el texto. Y esa ilusión existe por el estilo mísero en que se escribe”, escribimos mal nuestras propias vidas y leemos pesimamente las ajenas y a nosotros dentro de ellas. Leemos mal cuando somos indolentes a una realidad de guerra y desangre, o quizá, no queremos leer dichas realidades por el temor a encontrarnos con la ineludible responsabilidad de deber actuar.
¿Del pensar y el Leer: Dos caras de la misma vida?
Decía Heidegger, que para el hombre, “lo ónticamente mas cercano y conocido es lo ontológicamente más lejano, desconocido y constantemente pasado por alto en su significación ontológica”[3]. En esta afirmación, podríamos aventurar, se condensa el problema de la filosofía. En efecto, todo ser humano se capta a sí mismo como un ser existente, pero esta captación en tanto que mero ente, que se halla asegurado en una identidad otorgada por la cultura, el lenguaje y las relaciones sociales que entabla cada quien, nos mantiene velado el problema de nuestra propia mismidad, es decir, de nuestra significación existencial en la vida. Me atrevería a decir que toda indagación filosófica -de pretenderse tal- no puede perder nunca de vista este norte. Que si el lenguaje nombra en efecto un mundo o es simple artilugio, que si somos sujetos históricos dentro de un sistema de explotación del hombre por el hombre, que si el pensamiento nos puede dar un conocimiento de la verdad y lo real... todos estos problemas deben tratarse con miras a esclarecer esta condición fundamental. Desde el pensamiento antiguo, hasta Nietzsche, la filosofía no ha hecho otra cosa que tratar de indagar en esto que Heidegger denominaba como el ser-para-la-muerte, y de allí se han desenvuelto todas las epistemologías, las filosofías éticas como la epicúrea o la estoica, o nociones de felicidad tan paradigmáticas como las de Nietzsche o Sartre.
En
este sentido, toda lectura es un proceso de búsqueda, con miras a solucionar una cuestión primigenia. Es de este modo que si la lectura se asume como una solución, pierde inmediatamente su carácter brutal y transgresor, la capacidad para afectarnos en la medida en que nos plantea un debate, en que nos genera un ponerse en entre dicho. De la misma forma en que al hacer una rápida lectura de los métodos de enseñanza en el bachillerato, comprobamos el absurdo que implica enseñar libertad en teoría, pretendiendo la educación como un proceso para la democracia y la igualdad, mientras a su vez se incentivan valores de competencia y egoísmo, no se puede enseñar filosofía en teoría, sino que esta debe ser una herramienta que nos permita reinterpretar lo ya interpretado en la tradición de la cultura, pero siempre con la intención de ponerlo en cuestión.
Es
esta falta de cuestionamiento en sentido crítico lo que vemos como una falla constitutiva de la enseñanza de la filosofía– Entiéndase critica en sentido Kantiano, sacar a la luz lo oculto para hacerlo público y en sentido Foucaultiano como el arte de no dejarse gobernar-. De este modo, aquella afirmación de Freire cuando decía que hemos de leer primero el mundo antes que la palabra tiene aquí una gran actualidad. De seguir reproduciendo la lógica del hombre atomizado, guiado por sus intereses egoístas y utilitarios, a saber, un conjunto de estudiantes y profesores desconocidos los unos para los otros en sus realidades sociales y personales, donde a nadie interesa leer lo que sus compañeros escriben, es quitarle el carácter subversor a la academia como espacio de comunidad que tiene algo que decir ante la realidad que nos ofrece el mundo contemporáneo.
Esta actitud, por supuesto, se encuentra mediada por el papel en el que se asumen los docentes ante sus estudiantes: es decir, bajo la lógica del siglo XIX, en donde quien se paraba enfrente era una especie de iluminado que irradiaba con su sabiduría al sequito de iletrados e ignorantes que le escuchaban, modelo que hoy en día se encuentra por entero rebatido y que se manifiesta incluso a nivel arquitectónico en la inversión del claustro académico, donde el lugar del docente se encuentra en un nivel inferior al de sus oyentes. Esto que afirmo no es mera palabrería, pues ante la interpelación ante un docente de este departamento a quien lancé el reclamo de que la forma en que se asumía la lectura era un irrespeto con el estudiante en la medida en que de antemano lo consideraba incapaz para comprender lo que allí se decía, contestó las siguientes tristes, y patéticas palabras: “Esto no es una suposición, es el principio básico de toda educación: hay un alumno que no tiene aún la formación suficiente para entender ciertos textos o conceptos (en el caso de la filosofía) y profesores que le dan armas y le ayudan a emprender ese camino. ¿Qué otra cosa espera usted? Eso no es irrespeto, es el principio elemental de la formación.” ¿No son acaso estas retrogradas posturas ante la enseñanza lo que lejos de permitirnos pensar, nos impiden activamente que pensememos? Ante dicho comentario habría que observar la simetría de la pedagogía en la filosofía con la lectura que el artista uruguayo Luis Camitzer hace de la enseñanza del arte: “Enseñar a tener ideas ciertamente requiere bastante más que transmitir información. El profesor tiene que reubicarse y abandonar el monopolio del conocimiento para actuar como estímulo y catalizador, y tiene que poder escuchar y adaptarse a lo que escucha.”[4] La posición del citado docente es lo que Heidegger denomina en la Introducción a la metafísica como la noción que tiene del saber el entendimiento vulgar, que considera que “los que saben no necesitan aprender, puesto que ya han aprendido”... “No;-dice Heidegger- sólo sabe quien entienda que constantemente tiene que volver a aprender y quien basado en esta comprensión, sepa, ante todo, que siempre puede aprender. Esto es mucho más difícil que poseer conocimientos”[5]...ahora, no es bastante diciente, rayando en la ironía, que posturas tan retardatarias, provengan de docentes que precisamente dictan cursos de Heidegger? Esto me recuerda por cierto aquella vez que
ante un problema de lógica, algun estudiante trajera a cuento algo que opinaba
Borges respecto a la cuestion tratada, obteniendo meramente como
contraargumento del docente el vil y ruin recordatorio de que “Borges no era
filósofo”. ¿Puede haber acaso mayor manifestacion de estupidez e ignorancia? A
todos estos docentes, que abordan de manera tan nimia la lectura y el arte de
la ensañza, habria que recordarles aquel homenaje a su auditorio que tributa el
gran erudito argentino en el prologo de sus conferencias: “Como la lectura, la
clase es una obra en colaboracion y quienes escuchan no son menos importantes
que el que habla.”[6]
Es
de este modo, como podemos comprobar que no basta con haber leído en grandes cantidades para asumir una posición critica o de pensamiento en términos del pensador, o mejor, no es otra cosa que la comprobación de aquella afirmación que le escuchara a un maestro hace algún tiempo: “hay personas que han leído todas sus vidas sin haber comprendido una sola palabra”, que confunden el rigor exegético, con el rigor crítico, donde -apropiándonos de una analogía de Camitzer- es como si en un escrito se valorara mas la caligrafía que el contenido de lo dicho, aquella postura que pretende encontrar el sentido objetivo de un concepto pero que no interioriza, no lee entre líneas lo que el autor nos quiere decir, quien no se deja afectar, perturbar por lo que allí se está tratando. Este tipo de individuo, es aquel que Sartre en la Nausea caricaturiza en el personaje del autodidacto, el humanista que vive por entero a partir de los libros, quien es incapaz de aceptar una idea como valida o importante a menos que otro la haya pensado previamente. Es de este modo, como se cae en la trivialización del pensamiento, pues solo se lo concibe como un constructo teórico que no está relacionado con el mundo en que vivimos a un nivel vital, no se lee a un autor como Heidegger o Nietzsche cuando se escribe en un tablero: 1. Ser para la muerte. 2. Angustia. 3. La mundanidad del mundo. Es precisamente a esa metodología a la que se refiere Zuleta, cuando dice que “ese es el modelo desgraciadísimo y que nos produce el efecto de una lectura obsesiva. El obsesivo quiere orden; cada cosa en su lugar dice el ama de casa obsesiva, la neurosis colectiva del ama de casa lo manda así: el aseo. el orden, los pañales, cada cosa en su lugar y un lugar para cada cosa. Y así quiere uno leer también: primero tengamos esto claro para poder seguir, porque cómo vamos a seguir si no tenemos eso claro. Esto es falso, pues precisamente los problemas se esclarecen después; es necesario seguir, plantear los problemas, volver, en síntesis, trabajar. ¡Qué cuentos de detenernos! ¡No! La lectura es riesgo. La exigencia de rigor muchas veces puede ser una racionalización, el temor al riesgo hace que la lectura sea prácticamente imposible y genera una lectura hostil a la escritura cuando lo que debe predicarse es exactamente lo contrario; que sólo se puede leer desde una escritura y que sólo el que escribe realmente lee.”[7]
Pero no nos detengamos, haciendo homenaje a aquella idea de Benjamín de mostrar la subjetividad en la cita consideremos esta otra del mismo filosofo colombiano: “La educación, tal como ella existe en la actualidad, reprime el pensamiento, transmite datos, conocimientos, saberes y resultados de procesos que otros pensaron, pero no enseña ni permite pensar. A ello se debe que el estudiante adquiere un respeto por el maestro y la educación que procede simplemente de la intimidación. Por eso el maestro con frecuencia subraya: “Usted no sabe nada”; “todavía no hemos llegado a ese punto”; “eso lo entenderá o se verá más adelante o el año entrante; mientras tanto, tome nota”; “esto es así porque lo dijeron gentes que saben más que usted, etc.”.
Lo
que se enseña no tiene muchas veces relación alguna con el pensamiento del estudiante; en otro término, no se le respeta, ni se lo reconoce como un pensador.”[8]. Exacto, ¡no se le respeta! Lo cual es el producto de una ideología que concibe la división del trabajo como síntoma de eficacia y productividad, cuando desde los griegos sabemos que la filosofía no es otra cosa que la libertad de pensar sin más reglas que las que el mismo pensamiento se impone. Esta es una gran distancia que la mentalidad posmoderna posee de la antigua, hoy podemos encontrar gran cantidad de academias de filosofía, en una pequeña ciudad de Colombia probablemente hayan más estudiantes de filosofía que los que encontraríamos en toda Atenas, pero la diferencia estriba en que en aquel entonces lo que habían no eran estudiantes sino filósofos, como bien no lo muestran los diálogos Platónicos, en donde sin ser Menon o Cratílo los más grandes pensadores, establecían conversaciones filosóficas con Sócrates en términos de igual a igual. Nuestra actitud es por entero la contraria, la suposición implícita de que aquello que estudiamos fue el producto del pensamiento de hombres a los que nunca llegaremos siquiera a pisarles los talones. Dicha actitud se ve ejemplificada por infinidad de comentarios de clase o argumentos de docentes tales como “la pretensión de creatividad”, ante un escrito innovador o.. “¿es que acaso usted quiere ser Nietzsche?”.
Un
caso particular que ilustra lo grave del asunto, es el panorama de un compañero haciendo una crítica a la metodología como en varios puntos hemos señalado, obteniendo como respuesta del docente, la invitación a cancelar el curso o en su defecto, a abandonar la universidad dado que el estudiante no se encontraba cómodo con lo que consideraba una fuerte deficiencia en la enseñanza. Esto una vez más, ilustra que muchos de nuestros docentes no ven en lo que hacen el carácter dinámico y subversor que implica el conocimiento superior, sino por el contrario, como con la cultura, la reiteración repetitiva de un saber establecido en aras de su conservación. Esto, quizá sea a su vez el resultado de lo que podríamos denominar la falta de interdisciplinariedad del pensamiento. Si no existe un nexo relacional con los contextos históricos, sociales y políticos, el estudio de la filosofía se convierte no en otra cosa que un mero campo teórico en donde se lee el texto, por el texto y para el texto, lo cual es un completo sinsentido, pues la teoría se construye en aras de la interpretación de la realidad ¿para qué otra cosa si no?. Así pues, de la misma manera en que como dice Zuleta, “Nadie ha
llegado a saber marxismo si
no lo ha
llegado a leer en una
lucha contra la
explotación, ni psicoanálisis si no
lo ha leído (sufrido) desde un debate con sus
problemas inconscientes” Ni
si quiera -dada la tendencia analítica de
este departamento- podemos leer filosofía del lenguaje si no
nos afecta el
problema de cómo el lenguaje configura la
manera en que
no solo veo
el mundo, sino lo que
siento respecto al
mismo en mis
relaciones sociales y
personales. De otro modo el
único resultado posible es el
de un cumulo de estudiantes aburridos tres horas tratando de memorizar las teorías de Feldman o de
Putman para presentarlas en un
examen. Esta actitud cerrada, de
cabestro, la necesidad de sentirse seguro en
un aferrarse al
texto lo puedo ilustrar con
un ejemplo.
En
una exposición del
pensamiento de Kripke, lancé la
pregunta de que
si en efecto, la palabra es el
resultado del cumulo de rasgos descriptivos subsiguientes al bautismo primigenio, cómo escapar a
la objeción de
que a fin
de cuentas en
el mundo empírico, siempre podía aparecer un
ejemplo que contradecía el concepto, y para fortalecer la
pregunta me valí de la
siguiente cita de
Slavoj Zizek:
“Aun cuando esos cuasi-unicornios correspondieran perfectamente al conjunto de rasgos descriptivos que comprende el significado de la palabra “unicornio”,
no podemos estar seguros de que ellos fueron la referencia original de la noción mítica de “unicornio -es decir, el objeto al que la palabra “unicornio” quedó sujeta en el bautismo primigenio”... ¿Cómo pasar por alto el contenido libidinal de estas proposiciones de Kripke? Lo que está en juego aquí es precisamente el problema de la realización del deseo”:
cuando encontramos en la realidad un objeto que tiene todas las propiedades del objeto fantaseado del deseo, necesariamente quedamos a
pesar de todo algo decepcionados; tenemos la vivencia de un cierto “esto no es”;
llega a ser evidente que el objeto real finalmente encontrado no es la referencia del deseo aun cuando posea todas las propiedades requeridas”[9]
La
respuesta inmediata del docente fue una rápida consideración de mi objeción, pasando a la ridiculización de lo dicho, diciendo que le era imposible saber si los ejemplos de Kripke eran el producto de algún trauma de infancia. Ante este panorama, cabria preguntar: ¿requeriríamos acaso de un conocimiento profundo de la teoría lacaniana para considerar el contraargumento de Zizek? Si rápidamente se nos muestra cómo a lo mejor una pregunta filosófica está fuertemente viciada por una condición psicoanalítica, es más, incluso podría aventurar que de fuerte raigambre metafísica: la necesidad del hombre occidental por aprender lo real y dar el “!Eureka!” de haberlo encontrado, no veo en qué sentido el problema sea tan fácilmente reducido y pasado a la trivialización. Lo anterior, por el contrario se supone que es el resultado de una fuerte preocupación interior por el problema del lenguaje, pero combinar disciplinas parece una herejía. Se objetará que hablar de psicoanálisis no es oportuno... pero, ¿realmente no lo es? Aquel maestro que ya he citado, nos decía en una ocasión: la inteligencia no es genialidad, la inteligencia es la capacidad para conectar y relacionar ideas. Y si los docentes buscasen minimizar esta critica bajo el recurso de que el psicoanálisis no es el fuerte de dicho docente de Lógica, simplemente confirmaríamos que la filosofía no es el resultado de una indagación de talante universal, sino una herramienta, el conocimiento instrumental como objeto de poder para la legitimación dentro de una comunidad académica. He allí por qué el docente de filosofía no es un interventor, ni en lo político, ni en lo social, ni en lo puramente personal. Comprobamos -una vez más recurriendo a Zuleta- cómo los docentes “muchas veces están muy determinados por el oficio de profesores de filosofía, que los conduce a la especialización en un tema muy circunscrito y a tratar de agotarlo (…) Como tales sí se pueden especializar y siempre tienden a hacerlo. Pero eso es optar por la vía de la facilidad. Lo que hacen es tratar de dominar un cierto tema y transmitir lo que van produciendo, pero sin un compromiso personal”[10] Así pues, es realmente cierta aquella perorata nauseabunda que algún vez lanzase un profesor respecto a que la filosofía es 99% trabajo y lectura y un 1% de inspiración y pasión? Donde este suponía que dada mi crítica a la pedagogía probablemente hubiese encontrado sumamente aburrida una clase de Heidegger o Nietzsche? En donde dado que- a mi parecer con la modestia que también caracterizaba a Borges o a Sócrates, el autor manifestaba a sus alumnos al inicio del curso que estábamos trabajando, que de estar buscando pensamientos que les conmoviesen el corazón estaban entonces en el lugar equivocado. ¿Me pregunto entonces? ¿Sólo por que el autor hace dicha advertencia, inmediatamente no puede entonces el texto conmovernos? Esto por supuesto manifiesta lo que hablase al principio aludiendo a aquel personaje de Sartre, la absoluta incapacidad de considerar una idea sin que otro la haya pensado previamente. Todo lo anterior es por supuesto una gran ironía, en la medida en que el texto tratado era precisamente un curso de Heidegger, lo que ya entraña de por sí una dinámica de clase del pensar por sí mismo. Y de suponer por un momento que fuesen ciertos aquellos aprioris como que el maestro tiene los conocimientos y las herramientas que el estudiante aún no posee, o que la filosofía es 99% trabajo y un 1% de inspiración genial, la crítica se sigue sosteniendo, pues al rondar nuestros docentes una edad entre los 40 y los 50 años, ¿dónde están entonces los resultados? ¿Por qué insisten en proseguir repitiendo una y otra vez los mismos textos en los cuales se especializan? ?¿Por qué sus únicas producciones intelectuales son meros comentarios de autores de fama que nadie- inclusive la comunidad filosófica- si quiera lee? El problema de la interpretación entraña así un gran equivoco, pues se parte del principio de que en la medida en que se comentan los textos se interpretan, lo cual por supuesto se encuentra sumamente alejado del sentido que en este escrito queremos dar a la interpretación. Así, los seminarios, son solo cursos de comprensión de lectura y de exegesis mediocre, una ponencia se reduce a repetir lo ya leído atravesada por la falsa ilusión de que comentarlo y dar vueltas infinidad de veces entorno a un mismo concepto es lo que significa el carácter crítico de la lectura. Pero precisamente es ese falso sentido de lo crítico lo que aquí pretendemos desmontar.
ººº
Cuenta Holderlin, en un bello poema, que luego de rondar el águila por las mas inhóspitas alturas, desidiose descansar en la cumbre más alta del mundo, al poco tiempo, sintiose una extraña molestia en una de sus patas, y al mirar hacia abajo, se encontró con que un gusano surcaba por entre sus dedos. El águila entonces le preguntó: Y tú, que eres tan solo un gusano, ¿cómo has logrado llegar a la cima más alta del mundo? El gusano, pasivamente alzó la mirada y con ligero desgano contestó: Pues así, arrastrándome.
Esta metáfora ilustra el punto más importante que queremos señalar y es que... en
la vida, un hombre puede llegar a cualquier parte...así, arrastrándose, pero de qué sirve si es absolutamente incapaz de contemplar la totalidad del paisaje? Nuestra invitación es a que veamos la totalidad del panorama, a que dejemos de arrastrarnos por los textos y por la legitimación que los controles de “calidad” -un término mercantil por cierto- nos dictan lo que significa triunfar en el ámbito de la disciplina que estudiamos, a que nos atrevamos de una buena vez a asumir lo que significa una vida crítica, y la pasión que debería de significar la libertad de pensamiento que quizá a muchos nos han robado. A darnos cuenta cómo esta forma de pensar es fuertemente funcional al sistema, los estados no quieren sujetos críticos con sus políticas, ni con sus reformas ni con sus guerras. Luego de cuatro años de estudiar filosofía, creo que muchos de nosotros no hemos tenido nunca la oportunidad de librar una discusión entorno a los problemas de la sociedad Colombiana, de la guerra, la desigualdad etc. Ahora, en medio de unos diálogos de Paz que pretenden poner fin a un conflicto de más de medio siglo, ¿donde están los estudiosos de la filosofía? ¿Qué tenemos que decir? Al parecer nada, la realidad no parece lo suficientemente buena como para que nos detengamos a pensar en ella. La filosofía analítica tiene por resultado el nefasto carácter de la despolitización y con ello el peligro de caer en la reacción, pero ni siquiera una reacción que se apropia de una postura política, sino la reacción inconsciente de serlo. Es de este modo, que de la misma manera en que el llamado “gusto” en la contemplación estética se lo cree ingenuamente como un ejercicio de la subjetividad, y su homologo, la interpretación falsamente pretendida rigurosa que cree a la historia, la sociología, el psicoanálisis etc. disciplinas de poco interés, no nos damos cuenta como tanto el gusto en la contemplación del arte como la interpretación son construcciones sociales sujetas a ideologías colectivas y a la influencia que ejercen sobre nuestra experiencia personal. Así, caemos en comentarios de tal patetismo como que La Política de Aristóteles es una obra que no le compete a filósofos sino a politólogos, o ante el panorama de un Paro Nacional el reclamo de estudiantes obnubilados por el esnobismo y la estupidez a ultranza quienes demandan que si a la universidad vienen a ver sus tres horas de Aristóteles, estas no tienen por qué ser entorpecidas por circunstancia alguna. No Señores... como muchos lo sabrán pero pocos lo entenderán: “El Ser es uno, pero se dice de muchas maneras”.
A modo de reflexión, ¿es realmente valido ante el panorama planteado la conservación de departamentos de filosofía que lo único a que se dedican es a obnubilarse unos a otros creyendo que el lenguaje complejo y los tecnicismos lingüísticos son síntoma de profundidad?
No
hay tal filosofía Romántica como señalaba alguna vez un docente en torno a un debate sobre la rentabilidad de nuestra disciplina, hay filosofía, punto. Ni siquiera Wittgenstein quien se lo enseña como un pensador frio, meticuloso y profundamente analítico, pudo producir su pensamiento sin estar atravesado por una profunda angustia ante la existencia que se manifestaba con su fuerte propensión al suicidio o a la incapacidad de dejar de pensar en medio del campo de batalla, o Hume quien al final de su primer libro en el Tratado de la naturaleza humana realiza una confesión personal del problema existencial que le generan sus ideas, al punto de sentirse temeroso de salir a la calle a enfrentar el mundo cotidiano de los hombres. De este modo, quizá la academia de filosofía es una gran confirmación de aquello que soltara Cioran en una entrevista de 1982 ante la pregunta de cómo la filosofía escamotea el dolor y la muerte:
“Podemos decir que la filosofía está, en el fondo, disociada; se ha convertido en una actividad por sí misma. ¿Qué significa eso? Que antes incluso de haber abordado un problema, toma la palabra y cree, así, decir algo sobre la realidad. El que “inventa” la palabra “revela” a veces la realidad, pero, en mi opinión, no es ésa la vía adecuada: puede ser extraordinariamente peligrosa. Por eso creo que en filosofía no es necesario inventar sin cesar palabras nuevas, términos técnicos. Nietzsche no creó palabras, sin que por ello resultara empequeñecida su obra. Muy al contrario: esa tecnificación es el gran peligro de la filosofía universitaria y es lo que la aleja de las cosas.” p82
De
este modo, deberíamos aprender más el arte de pensar por nosotros mismos que el de
reproducir, “un escritor que no enseña a otros escritores, no le enseña a nadie” afirmaba Benjamin en el autor como productor, y con ello no quería significar la reproducción de un pensamiento sino la apertura de sentido que potencie la capacidad del lector. Lo cual no debe entenderse en términos de la técnica sino del compromiso, el proceso de la conciencia social y la escritura con miras a un mejoramiento de la sociedad.
2. Marxismo, Existencialismo
y Posestructuralismo, tres campos prohibidos.
Luego de salir de un seminario de filosofía antigua con un profundo sentimiento de frustración escribí lo siguiente:
“Sólo me interesan los filósofos que han llevado una idea al extremo, aquellos que encontrando la verdad de una idea, tienen el coraje de llevarla hasta sus últimas consecuencias. En el lado anverso, tenemos profesores, personas para quienes todo pensamiento es discutible y relativo, incapaces de comprometerse en nada, haciendo de la filosofía un mero medio de subsistencia y prestigio social, y no en lo que debería constituirse todo pensamiento honesto: una cuestión de vida o muerte.”
Esto por supuesto no debe entenderse en un sentido de sacrificio personal en torno a causas políticas donde la vida se vea comprometida. Quiere por el contrario subrayar el carácter transformador que debería implicar el pensamiento filosófico. Son muchas las personas en la academia o del común quienes en una conversación
cualquiera se molestan con la cita, el epígrafe o la referencia a un autor de fama, lo cual, sólo manifiesta la incapacidad de la mayoría de personas para tomarse en serio la lectura y la transformación de la vida personal que debería conllevar la misma. Algo similar parece ocurrirnos a nivel profesional, pues la filosofía se constituye -como ya hemos subrayado en varias ocasiones- en un mero saber teórico que no se relaciona en ningún momento con el mundo en que vivimos.


Un
gran pensador o escritor, es aquel que su obra misma, nos despierta la inquietud de su propia vida. Un individuo que llega a concebir la idea del superhombre, o que reconsidera el mito estoico del eterno retorno, o que lanza la máxima de que “el hombre es libre, responsable y sin excusas”, es siempre un hombre que nos llevara a indagar por la vida detrás de la obra. ¿Resulta acaso interesante indagar por la vida de Fregue, o de Chalmers?, sus producciones son obras meticulosas, grises, frías, y por tanto sus vidas no despiertan curiosidad. En el primer caso, son vidas pasionales, intensas, que exudan sangre y profundos sentimientos, tal como sus libros. De este modo, sus biografías resultan tan instructivas como sus textos. Ya decía Nietzsche que no hay mejor maestro que aquel que predica con el ejemplo. En este sentido, casi todas las filosofías son tarde o temprano una justificación de las vidas de los filósofos.
En este orden de ideas, ¿no resulta evidente entonces, después de todo lo que hasta ahora hemos expuesto, el rechazo tajante, la distancia sospechosa con tres ramas del pensamiento filosófico? A Saber, Marxismo, existencialismo y posestructuralismo? ¿Cuál es el temor que entrañan dichas filosofías? Digámoslo sin más preámbulos: la exigencia de un
compromiso. La razón por la que estas ramas del pensamiento resultan tan
incomodas, es porque nos es imposible leer El Capital sin dejarnos perturbar
por la manera en que se ha configurado y legitimado el capitalismo, del mismo
modo no se puede leer El Ser y la Nada o la literatura de Sartre, sin caer
inevitablemente en el carácter de la propia vida como libertad y
responsabilidad, la ineludible necesidad de honestidad con sigo mismo y con los
demás. Por último, el posestructuralismo, quien discute a la interpretación que
cree que hay signos desprovistos de la violencia que los agencia, signos que
existirían originariamente, como señales coherentes y sistemáticas que expresan
un pensamiento transparente, resulta brutal y transversalmente incomodo en la medida
en que nos revela cómo todo pensamiento que se pretende neutro y objetivo,
cuando razona y toma la palabra, se encuentra atravesado por ideologías,
nociones de verdad, de razón, y de moral
que son por entero históricas y contextuales.

Asi, la relación que podemos establecer con
el rechazo a las tendencias filosóficas mencionadas, sólo manifiesta como ya
hemos dicho y valga la redundancia, la falta de compromiso de quienes trabajan
con el pensamiento filosófico. Esto lo considero grave, pues lejos de ser el
relativismo y la capacidad (¿incapacidad?) para discutir distintas posturas un
incentivo al dinamismo del conocimiento, por el contrario lo frena, lo
aletarga, y nos lleva es a que en vez de asumir una postura y establecer una
posición con respecto a la realidad que nos estalla cada día a la cara, nos
quedemos en el mero espacio de la discusión que constantemente da vueltas sobre
sí misma sin llegar a ninguna parte. ¿Cómo desconocer el carácter ideologizante
de dicha mentalidad? Es precisamente Foucault quien nos muestra cómo, a
diferencia del poder de la soberanía, “espectacularmente violento, el de la
disciplina es ligero, humano, e insidioso, precisamente porque se ejerce
invisiblemente mediante discreta vigilancia y no por abierta coerción.”[11] Es debido
a este tipo de razones, donde surge el rechazo a lo que alguna vez escuchase nombrar
como el “acaloramiento de las discusiones”, creyendo que esto daba paso a la
mera habladuría o en su defecto al vicio de la pasión sobre la razón,
concepción bastante platónica por cierto, y quien el filósofo español Eugenio
Trias desmontase al mostrarnos cómo en toda racionalidad está siempre implícita
la pasión y viceversa, y que por otra parte, una vez más, devela el carácter
intrínseco de la ideología hegemónica que nos habla de participación y
tolerancia.
Solo por poner un ejemplo que quizá ilustre
lo nefasto de dicha ideología... ¿acaso por el mero hecho de que alguien
argumente que la tauromaquia es un arte, debo tolerar así la tortura de
animales? Por supuesto que no, y en estos campos se puede afirmar que es ético
ser dogmatico e irreductible. Radicalismo no es siempre sinónimo de ceguera
intelectual, y he allí por qué inicié este apartado con dicha reflexión sobre
la radicalidad de las ideas. El pensamiento y la reflexión me han mostrado
muchas cosas, pero una bastante importante es ese viso de irracionalismo que
atraviesa a la razón, esa poética que los espíritus mediocres luchan todos los
días por arrebatarle al mundo. “El sufrimiento -decía Dostoievski en las
memorias del subsuelo- es la única causa de la conciencia” ¿Podría haber acaso
una aseveración mas clara, y a su vez menos comprendida? Guardando las
proporciones, pero manteniendo la analogía, decía Zizek en Wall Street: “Algo
falla en un mundo donde te prometen la inmortalidad, pero no se puede gastar un
poco más en el sistema de salud”. Del mismo modo, algo falla en una educación
que se conforma con el mero campo teórico, pero que no dice nada respecto a los
falsos positivos, el desangre de la guerra, el problema de la tierra, la
exclusión en el sistema educativo y en la tan desigual distribución de la
riqueza. ¿No tendría también razón Zizek
cuando decía en el Sublime Objeto que “una ideología en verdad triunfa
cuando incluso los hechos que a primera vista
la contradicen empiezan a funcionar como argumentaciones en su favor”[12]? Si algo
nos enseña el existencialismo a la luz de nuestros tiempos, es que estamos
perdiendo las virtudes de vivir la vida de manera apasionada, la capacidad de
realizarnos siempre como proyecto y de sentirnos responsables y satisfechos con
quienes somos. La universidad, es el campo donde podemos realizar algo “ilegal”
sin el temor al castigo-decía Camitzer-. Pero incluso en ese campo seguimos
experimentando con el poder, sea por acción o por omisión, es decir mediante
una conciencia posicionada o por una ideología que ignoramos y nos controla.
“Decidimos lo que hace el material o dejamos que el material decida por
nosotros”. Lo más triste de esta forma de filosofía que practicamos, es que no
se plantee el problema que implica la vida a nivel ontológico, como una forma
de ser[13]. Estamos
tan atravesados por esa repulsiva actitud del “políticamente correcto” que nos
olvidamos por qué en algún momento elegimos la filosofía como disciplina de
estudio, nos olvidamos que algo en el mundo nos incomodaba, que no estábamos
satisfechos con la moral, la racionalidad que la disciplina de la cultura nos
imponía. No es políticamente correcto hablar de Zuleta, pues fue un autodidacto
que hizo apología a la deserción de las instituciones de enseñanza, no es lo
correcto porque es un autor que en Europa no se lee. ¿Qué tipo de pensamiento
autónomo es el que pretendemos construir si ni siquiera reconocemos lo propio?
¿Si seguimos inmersos en un colonialismo mental euro-céntrico? La Intención
entonces de este escrito es realizar una invitación a darle un giro a la
filosofía para convertirla en una herramienta que subvierta el conocimiento y
la realidad, pero principalmente a nosotros mismos, a que le inyectemos un poco
de poesía, de literatura a nuestro pensamiento, que no es otra cosa que una
cara más de la misma moneda, la moneda de la existencia. El problema de la
educación, no es una ley, una reforma, o una política educacional, el problema
es una actitud, una metodología. El día de mañana los recursos pueden
triplicarse, los docentes doblarse y las matriculas llegar al costo de cero,
¿pero de qué nos sirve todo esto si somos incapaces de generar procesos
educativos realmente emancipadores? Queda así un largo camino por recorrer, el
camino del des-adoctrinamiento en el cual tanto nuestros docentes como nosotros
mismos a través de la educación media y superior hemos sido disciplinados,
ideologizados al servicio de las estructuras del poder. Valga así el coraje de
los maestros que han tenido la ética suficiente para resistir a este enviste de
los poderes, quienes se han constituido como seres humanos que rinden homenaje
a aquella máxima de Nietzsche: “Tus educadores no pueden ser otra cosa que tus
liberadores”[14].
[2] Aquí
es de aclarar que
la palabra servir, no
debe entenderse en términos
mercantiles o de producción
capitalista, y que cuando
se habla de nada,
nada con respecto a
lo que entendemos por
pensamiento filosófico.
[11] Miller, James. La Pasión de
Michel Foucault. p.298.
[12] Zizek, Slavoj. El Sublime Objeto
de la Ideologia. Siglo XXI Editores.
[13] Heidegger, Martín. Ser y Tiempo.
[14] Nietzsche. Frederich. Shopenhauer
como educador.
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