(Clase gravada y transcrita). Inedita.

La extrapolación de esas
dos esferas queda muy clara, insisto, en la red, y en las redes sociales. Para
la próxima clase vamos a discutir sobre los textos, o mejor sobre las fuentes
analíticas de qué significa como
contraposición el Piercing y la
recuperación del cuerpo, piercing, tatuajes, colgamientos, que está tan de moda
entre los jóvenes ahora, y la desmaterialización del cuerpo a través de
Internet. Donde se presenta una paradoja bien curiosa, porque muchas de las
paginas en Facebook y de las interacciones que conocen los jóvenes, son
precisamente visibilizar sus tatuajes, sus pircings y sus eventos de
extralimite de la corporalidad. Por si no se han dado cuenta, yo estoy en total
desacuerdo con la afirmación de Lipovesky de que vivimos contemporáneamente una
ética del goce indoloro. Eso puede ser cierto en París, o en Bruselas, pero la
juventud latinoamericana vive todo lo
contrario, una estética del dolor y el sufrimiento. Eso es lo que explica la
proliferación de deportes extremos, que lo que hacen es colocar en riesgo la
vida del protagonista, desde el canotaje o rápidos, hasta el estúpido acto de colgarse de una gran altura sujeto a una
banda elástica, o soportar un Piercing en clítoris, testículos, pezones... los
sitios más dolorosos del cuerpo. Eso me lleva a una reflexión. ¿Recuerdan
cuando hablamos de la construcción de la identidad, a nivel de la unidad
psíquica de la persona y dijimos que una falla en el Edipo producía una
despersonalización en la medida en que el límite del propio cuerpo se
desvanecía frente al entorno en el cual circulaba ese cuerpo, e ilustramos
aquello con el autismo, y les ejemplifique cómo los niños autistas asumían
posiciones muy dolorosas precisamente para saber donde terminaba el cuerpo y
empezaba el mundo? ¿Eso no está muy cercano al dolor de un tatuaje o al dolor
de una perforación?, ¿No será entonces que en Latinoamérica adquirieron una
leve autor reflexión las juventudes de su autismo simbólico y están tratando de
recuperar los límites entre el cuerpo por odio y el cuerpo abstracto
digitalizado, entre la sensibilidad de la epidermis y la fugacidad del bit? He ahí
una primera reflexión que deberíamos tener en cuenta, a propósito de la
“identidad” de las juventudes. Yo estoy completamente convencido de que ya no
son validos los modelos de la psicología convencional para definir las
interpelaciones identitarias como se venían definiendo hace diez años, o quince
años, considero que incluso abordar solo
desde una perspectiva semiótica inmanentista, la constitución de hordas o
tribus urbanas, es un análisis cojo, en la medida en que no se está
visibilizando lo fundamental, que es la lucha del combate cuerpo a cuerpo
entre dos formas de este, entre el
cuerpo idealizado, entre el cuerpo proyectado...ese cuerpo con el que juegan
ustedes con los efectos fotográficos para poner sus imágenes que constantemente
están mutando a partir de efectos, de juegos de iluminación o incluso de
topologías de la representación: quienes invierten la foto, o la ponen lateral
o boca arriba, suponiendo que todos van a realizar el ejercicio de voltearse
para ver quién es la persona. Allí tenemos una paradoja ética: ¿es válido poner en riesgo la vida, para saber donde
terminan los límites del cuerpo? Esa sería la pregunta ética fundamental. ¿Es
decente y auto reflexivo ponerme en riesgo, solo para confirmar que estoy vivo?
Osea que para probar que estoy vivo, constantemente pongo en entredicho la
posibilidad de... ¿se dan cuenta cual era el subtitulo de Rodrigo D?: No
futuro. Entonces qué es lo que está en
juego ahora ¿estará en juego el presente o el futuro? ¿O será el pasado? ¿No será
una nostalgia? El ser humano es el animal que recuerda, básicamente eso. Todo
lo demás que nos diferencia de un animal, se articula, se emplea, alrededor de
la memoria. ¿Cómo empieza el hombre a
tener memoria?, a partir del reconocimiento. Podríamos decir que el primer
sinónimo de la memoria es un re-conocimiento, es decir; volver a conocer lo ya
conocido. ¿Y cómo surge esa primera
presencia que posteriormente en una interacción, en una repetición se va a convertir en una
representación? Pues ese es el núcleo de nuestra discusión sobre los límites.
Recordemos algunas de
las categorías que habíamos formulado. Primero, decíamos que varias dicotomías
habitaban al ser humano. Una de ellas era su oposición entre su biología, o la
naturaleza, y la intención simbólica o la cultura, que probablemente sea la
bisagra fundamental, por lo menos la que nosotros vamos a abordar desde nuestra
reflexión. En torno a esta, desglosamos o descompusimos o deconstruimos (para
parecer mas Bataille, mas Deleuze o mas Derrida) deconstruimos otras dicotomías
que se desprendían de esa fundacional, que es la oposición entre naturaleza o
zoma (cuerpo), y cultura o síntoma (símbolo), entre el impulso instintual y la
codificación de los instintos. Esa codificación está mediada a través del
lenguaje. ¿Cuál era el fundamento cuando ilustrábamos el caso del autismo?,
cualquier falla de la articulación de la unidad psíquica supone que cuando una
persona se mira al espejo, no se reconoce. Es decir que la imagen que está
viendo es nueva para él, es decir que no hay una memoria del sí mismo. Recuerden que ese era el fondo de la gran
metáfora griega de Narciso. Narciso se ahoga es porque al tratar de abrazarse
en su reflejo en el charco, no sabe que es él mismo, cree que es otro, carece
de la memoria del sí mismo.
Paralelamente entre esa
profunda y primera dicotomía entre la naturaleza y la cultura, hablamos de la dicotomía entre
lo inconsciente y lo racional. O si lo quieren entre lo inconsciente y lo
intencional. Uno podría decir que intención no es otra cosa que razón. El ser
humano se debate entre sus tensiones físicas biológicas, y sus intenciones
mentales. O, mejor aún, toda tensión biológica del organismo humano, termina
siendo una intención mental, y termina siéndolo porque lo que media entre ellas
dos es el lenguaje, el uso de la representación, el orden simbólico. Esa es una
primera aclaración que debemos hacer, y que está unida a las dicotomías que
hemos formulado anteriormente. ¿Cuál otra dicotomía comentamos en nuestra
sesión pasada?... la ética no debería ser algo que se aprenda, sino algo que se
reflexiona, y la única forma de reflexionar es internalizar las categorías que
permiten la reflexión. El mundo -vuelvo a repetir- el enunciado, tiene la forma
del lenguaje con el que lo bautizamos. Por lo tanto, nuestras categorías
referenciales definen la amplitud o cortedad de nuestro propio mundo, y con
ello mismo definen la posición que podemos tener en esa topología del mundo
bautizado, del mundo simbólico. ¿Cuáles fueron las otras dicotomías
mencionadas?: El mito y el rito. Los rituales siempre traducen conductas,
acciones e interacciones, mientras que los mitos siempre transmiten sistemas de
representaciones, no sistemas de interacciones. Dijimos también que habían
ritualizaciones cotidianas, y que por tal se podía entender aquello que hacemos
reiterativa y repetitivamente, porque está traduciendo un orden de creencias
que regula precisamente la forma como nos movemos en el mundo.
Habíamos también
formulado la oposición entre Eros y Tanatos, o Eros y Anteros. Todo el mundo
habla ingenuamente de Eros, (Recordemos aquel angelillo renacentista que
supuestamente dispara sus flechas a los amantes para generar la atracción) Lo
que todo el mundo olvida recordar es que Eros en la mitología griega tiene un
hermano gemelo, que es Anteros, el cual dispara las flechas del odio, de la
repugnancia, o sea del matrimonio. Es decir, el uno representa el noviazgo y el
otro el matrimonio y los hijos (broma). Eros y Anteros, y traducen básicamente,
Eros, la constructividad del mundo, y el famoso Tanatos: la muerte. El ser
humano solo se diferencia, solo tiene memoria porque reconoce la muerte de un
semejante. Los animales no entierran a sus muertos. Por lo tanto carecen del
nombre que referencia al muerto. Y ello implica que el nombre es solo un
artilugio humano para recordar. El lenguaje entonces no es otra cosa, que el
ejercicio de la memoria. Recordemos el problema que tenia Platón frente a la
escritura.... Recuerden que Platón decía que el problema de que el hombre
escribiera, era que iba a terminar perdiendo la memoria, porque una vez que
podemos archivar sobre un soporte material, elementos, referentes, símbolos, ya
no se tiene la necesidad de guardarlo, internalizarlo en la unidad psíquica o
en nuestra biblioteca personal como diría Umberto Eco (La enciclopedia son los
conocimientos generales de un sistema social, y la biblioteca es la forma, el
habla de Saussure) lo primero es la lengua y lo segundo es el habla, el primero
es el acervo colectivo generalizado… Ese acervo colectivo generalizado va a ser
el propósito de nuestra reflexión de hoy, y se manifiesta en el ser humano,
básicamente en su percepción de la finitud que posee.
Ese es el problema de
los amantes: que se creen eternos. Por eso cierto aforismo que a veces socializo,
“el amor es eterno...mientras dura” hay eternidades que son más largas que
otras, también la eternidad esta jerarquizada, de hecho piensen ustedes que los
sistemas sociales castigan a sus transgresores remitiéndolos al olvido social.
Es el mismo castigo que ejecutaban las tribus primitivas del centro de África.
Para matar a alguien no hay que torturarlo, sólo hay que olvidarlo, y olvidarlo
es mandarlo al territorio del vacío, convertirlo en neutro, nunca interpelarlo,
ni siquiera desde el recuerdo o desde la memoria. Fíjense entonces las dos
facetas que va poseyendo por un lado el recuerdo. El recuerdo nos permite
reconocernos a nosotros mismos, pero también castigar a los demás. ¿Qué muerte
peor que dejar de recordar a aquel que se amaba? Lo que nos atormenta no es que
nos olviden, es la facilidad con la que lo hacen, porque queda en entredicho
entonces el presente que se compartía. Entonces fíjense, por ejemplo: ubiquémonos
en esto: ¿ustedes creen que lo que recuerdan de su vida es objetivo? ¿Que si
sólo contaran de sus vidas lo que recuerdan, alguien leyéndolos podría decir
“esta es la vida de tal o de cual”? Tenemos una característica, una cualidad
bien semiótica: mejoramos los buenos recuerdos, y olvidamos los malos. Una
memoria sexistencial, selectiva ¿no? Incluso, ¿cuándo ustedes pueden recordar
en el afecto los errores cotidianos del otro? No es ni siquiera que no puedan,
es que no quieren. Entonces uno selecciona, fíjense. El recuerdo es metonímico,
no metafórico. El inconsciente en cambio es el espacio de las metáforas. La
memoria es ejercicio del espacio de las metonimias. Extraigo de un todo un
detalle, el agradable, y a partir de ese momento, el referente va a ser sólo el
asociado con ese detalle. Este es el que se mitifica y se convierte entonces en
el referente representacional. ¿Cómo empieza el hombre a recordar'? Básicamente
en el momento en que una trivialidad topológica, o sea física, una vecindad,
queda marcada por el extrañamiento, y todo extrañamiento es una ausencia. Y ya
sabemos que el deseo no es otra cosa, que la necesidad de poseer lo que no se
posee, por lo tanto no existe el deseo, si no existe antes la carencia de lo
deseado. Nadie desea lo que posee, entonces ya vamos relacionando dos elementos
bien interesantes. El ser humano es el animal de las carencias. Por eso desea y
por eso recuerda. ¿Y dónde surge esa dicotomía? En el momento del entierro. Ya
les recomendé la lectura de dos textos de George Bataille, El Erotismo, y Las Lágrimas,
cuya hipótesis central es precisamente esto. No se puede hablar del deseo sino
desde el momento en que alguien entierra a otra persona. ¿Qué sucede en un
entierro? Un entierro es primero que todo una acción física, es también una
interacción en parte física y en parte simbólica. Cuál es la parte física de
esa interacción: que nunca se entierra en solitario sino en comunidad. Tan será
así que se penaliza incluso la forma del entierro. Recuerden ustedes que una de
las estrategias de control social del judeocristianismo fue por ejemplo
condenar a los suicidas a no poder ser enterrados en los mismos cementerios que
todo el mundo, es más, a ni siquiera ser enterrados. Sus cuerpos abandonados
para que las alimañas y los buitres sobrevolaran por allí y fueranse llevando
pedazo a pedazo los restos de aquello que era sólo un cuerpo orgánico, porque
carecía de trascendencia simbólica en la medida en que no había trascendido o
transgredido los interdictos formulados al interior del sistema social.
Durante la colonia, los
ricos donaban toda su fortuna a las cofradías, las cuales eran una especie de
grupos paramilitares de la época, pero cuyo propósito no era despedazar
cuerpos, sino despedazar cerebros desde la fe. Entonces por ejemplo, se le
decía a una cofradía dominica que se le dejaría toda una fortuna, ¿Cuál era el
requisito? que mientras durara la fortuna, cada año se hicieran misas en
memoria del difunto. Es decir que se pagaba la memoria social. Hemos dicho que
la existencia solo depende de la memoria, fíjense qué es lo primero que hace un
sujeto malvado antes de morir, si no escribir su biografía, ¿y qué está
haciendo allí? Está tratando de limpiar el pasado para que la memoria de los
demás sólo recuerden “dizque” las cosas buenas o lo que él desde su perspectiva
consideró a lo largo de su vida las cosas buenas. Grosso modo, podríamos
afirmar que no existen las biografías, sino las socio-grafías, porque toda vida
humana es lo que las demás vidas con las que entra en interacción dicen que es
esa vida humana. La identidad, insisto, no es una substancia de una naturaleza,
no es un núcleo, no es un arquetipo, no tiene nada que ver con la ontología,
sino con la sociedad, es el efecto de una interpelación, de una interacción
simbólica y comunicativa, es tan factible de comprobar ahora al interior del
Facebook... ¿Cómo asesinan a alguien en estas redes sociales? Dejan de comentar
lo que dice, y la persona comienza a desesperarse, y se genera la famosa
ansiedad de ser reconocido, la dialéctica que ya formulaba Hegel en la Fenomenología del Espíritu, solo
buscamos, nuestro único deseo es ser reconocido por los otros, porque nuestra
existencia entonces, fíjense, es un puro efecto discursivo, solo se es sujeto
del enunciado de los demás. Solo después de que hemos sido enunciados por el
lenguaje nos convertimos en sujetos de la enunciación. Esa es la gran
dialéctica que transgrede el psicoanálisis, frente a lo que se definía antes de
ese dispositivo técnico y teórico que es el psicoanálisis que era la identidad.
Entonces se supone que X persona es el mismo sujeto a todo lo largo de su vida.
Resulta que X persona es una cosa cuando está en un contexto simbólico
interactuando con unas personas, y otra muy diferente cuando está en otro
contexto. No hay identidades rígidas, hay etiquetamientos sociológicos que son
algo muy distinto.
Entonces ya nos hemos
ubicado en un primer momento. Ubiquémonos en la etapa pre-homínida, los dos
últimos simios, llamémoslos Ork y Urk, y uno de ellos cae, y el otro que había
visto caer a Tanatos, en ese instante se detiene, y observa cómo, aquel que
correteaba antes a su lado ya no se mueve. Ork entonces se detuvo en el
instante en el que Urk dejó de respirar, y no le bastó con sentir que una
lágrima caía por el lateral de su hocico, sino que decidió llorarlo más tiempo.
Y para llorarlo entonces dijo ¿Cómo voy a llamar a este que antes correteaba a
mi lado?: Ork, y cómo voy yo a hacer para no olvidar a Ork?: voy a colocar
sobre su cadáver algo que señale que él era Ork y no cualquier otro. Así que la
muerte, aparentemente desde la lógica judeocristiana nos devuelve a la
homogeneidad del todo, y hace es todo lo contrario. La muerte es la que nos
convierte en individuos, esa primera muerte, al reconocerse, hace que no sea lo
mismo Ork, Urk, o Irk. Y que fuese necesaria la desaparición para adquirir la
identidad. ¿Hay una diferencia identitaria entre la ultima horda de simios? No,
mientras no hayan enterrado a ninguno de los individuos. Y al enterrar a ese
simio, ya se sabe que nunca se va a volver a levantar, y como no se va a volver
a levantar, entonces sentimos el deseo de que vuelva a aparecer. Un ser humano
sólo se convierte en tal después de haber adquirido el lenguaje, cuando
reconoce el indefectible dolor de la desaparición de alguien cercano a él.
Quien no ha vivido un entierro afectivo, no ha consolidado aún su identidad, y
no sabe lo que significa la eternidad o la fugacidad de la vida. En Colombia
nos queda muy fácil, porque lo difícil aquí es que antes de los doce años no le
hayan matado a alguien a todo el mundo. Por lo tanto, somos precoces
identitariamente hablando. ¿Por qué ante la muerte de un amigo, de un amante,
de un hermano, o de un padre o madre, cambia la vida de una persona? ¿Por
qué?... Se modifica por completo. Y no es porque se esté pensando en el futuro,
es porque antes no se pensaba en el presente. Lo que nos da la muerte es la
conciencia de la fugacidad del presente. Tenemos entonces un primer elemento:
el entierro asociado con el recuerdo porque he nombrado a aquel que enterré. Y
a partir de ese instante empiezo a desear que vuelva a estar conmigo. Al punto
que uno vive siempre con la memoria. Es uno entonces el que le está otorgando
la eternidad al otro, en la medida en que lo recuerda. ¿No han hecho el
ejercicio de pensar por ejemplo, de sus relaciones emocionales, a quienes
recuerdan? Deberían hacer ese ejercicio de reflexión. Bueno recordamos a tal o
cual, ahora pregúntense, ¿Qué recuerdo de él? Específicamente ¿Qué es lo que
recuerdan? ¿Por qué lo recuerdan? ¿Lo estoy recordando a él? ¿O me estoy
recordando a mí mismo a través de él? ¿No estaré pensando en el que era yo con
él, y no en el otro conmigo? ¿No será entonces todo un inmenso ejercicio de
navegación en los charcos del espejo? ¿En la construcción de la propia
identidad? ¿Qué es lo que nos duele del otro, su ausencia o su presencia? ¿Cómo
se presenta al otro, desde su propia presencia o desde la ausencia?...
Heidegger decía, en una
lectura algo equivoca para la mayoría de los críticos que suponen que lo único
que hizo Heidegger fue una ontocronoteoría, es decir, una analítica
trascendental del sufrimiento del tiempo en el ser humano, o del ser humano
hacia el tiempo, contrariamente a esa generalizada opinión, no se puede hablar
de las temporalidades del ser humano si antes no lo ubicamos en espacialidades.
Decía Heidegger que el ser humano es arrojado
al mundo hacia la muerte y el vacío de la existencia. Ese ser arrojado al
mundo, es una falacia, porque supone que el sujeto está en un lado y el mundo
como espacio en otro, y que son dos cosas diferentes. Y desde Einstein incluso
en la física sabemos que el tiempo y el espacio son construidos por la interacción que mantienen por lo menos dos
observadores con respecto a ese tiempo y a ese espacio. Así que no hay ni un
tiempo ni un espacio absoluto como pretendía Kant o como pretendía Newton.
Tanto el tiempo como el espacio son efecto ¿de qué?: De una interacción
simbólica entre distintos tipos de individuos. Así que antes de ser arrojados,
lo que sucede es que nos ubicamos con respecto a los otros. Esa ubicabilidad
con respecto a los otros es el espacio de lo íntimo. Lo íntimo no es otra cosa
que lo que nos resulta familiar. Y lo familiar no es otra cosa que lo que espacialmente es cercano. Freud definía
lo siniestro como algo íntimamente familiar de algo que hemos olvidado y que
ante un estimulo, de repente, se recuerda. Esa es una lectura exquisita de lo
que significa lo siniestro. Hay otro texto de Eugenio Trias (se los recomiendo)
que se titula precisamente De lo bello y
lo siniestro, donde hace una deliciosa reflexión a propósito de estas dos inferencias.
Entonces, por un lado el
ser humano es arrojado al mundo, no hacia el vacío, porque no puede existir el
vacío en la medida en que el único vacío posible es el de la distancia, y para
que haya distancia, debía haber antes cercanía !y consciencia de la
cercanía!. Ahí podríamos proponer una
nueva lectura de los existencialismos, de la primera mitad del siglo XIX volver
a leer por ejemplo Temor y Temblor de
Soren Kierkeggard, o el Diario de un
seductor, cuyo único propósito es saber cómo, si el otro no es inventado en
mí, no hay un espacio donde yo pueda estar habitable y habitar. ¿Qué es estar habitable? Es, lo decía
Heidegger, es el Dasein, el ser-ahí convertido en ser a la
mano. Ahora, estamos proponiendo una reinterpretación
de ese arrojamiento al mundo como ser-ahí.
El ser no es un Dasein, un Ser-ahí, sino un Insein, un ser dentro. Y estamos cambiando la perspectiva de la
lectura. Estamos diciendo que el tiempo es proyección de lo que sucede adentro
de nosotros. Esa es la diferencia entre una esfera y una burbuja en el modelo
de Sloterdjik. El mejor reinterprete desde mi perspectiva, que tiene todo el
siglo de Heidegger, es indudablemente Sloterdjik. Para mí Sloterdjik no es
básicamente sino un topógrafo simbólico que reinterpreta El Ser y El Tiempo. Y quien afirma implícitamente que antes de
hablar del Ser y el tiempo, habría que decir el Ser y el Espacio.
En alguno de sus textos
precisamente pertinente al mismo Heidegger, dice una frase más o menos así:
“Lastima que lo que le sobro en extensión a Heidegger le haya faltado en
profundidad analítica” Cuando uno se atreve a decir eso de Heidegger, está uno
leyendo a uno de los más densos... que probablemente sea, esa la ultima
arquitectura meta-ideológica construida en el pensamiento filosófico. Lo que
dicen los posmodernos ingenuamente que ya no existe; la población de
meta-modelos, que interpretan el mundo y al hombre dentro del mundo. Porque el
posmodernismo se auto define.... si la reflexión filosófica es todo lo
contrario, formulamos un modelo, buscando lo que permanece, no lo que cambia, y
se trata de generar macro-estructuras que me permitan definir desde ese propio
modelo, todas la posibilidades tanto del ser humano, como de la interacciones
entre el ser humano consigo mismo y con los demás, con nosotros mismos que son
todos aquellos cuando son recordados, es decir cuando son internalizados.
Entonces, ya tenemos
allí una primera dicotomía, dos hombres, un reconocimiento de una dicotomía que
se traduce en un entierro. Lo primero
que podemos nosotros afirmar desde la antropología, es que desde el momento en
que una comunidad, o, una horda, entierre a algunos de sus miembros, ya hay un
sistema cultural porque ya hay un orden simbólico que los relaciona, que los
hace creer que pertenecen a lo mismo... ahí fue cuando hablamos de la relación
del Tótem y el Tabú. Ese tótem es una representación compartida por todos, que
hace que todos nos sintamos miembros de ese sistema, de ese colectivo, de esa
horda, de esa tribu, de ese clan o como lo quieran llamar. Heidegger también
decía que el ser humano esta caracterizado por la errancia. Errancia proviene
de error, el ser humano es el animal que deambula de error en error por el
mundo. ¿Cómo llama la gente ahora, cómo legitima la gente ahora sus propios
errores?: Experiencia. Ese es el clásico epíteto con el que uno legitima su
propia incompetencia. “No, pero esto no fue un error, fue una experiencia,
estoy aprendiendo”... Hay tres formas de saber que algo no debe hacerse. Una es observando a
otro cometiendo el error, es decir aprendizaje por observación. Otra es
interpretar los principios físicos que subyacen en el problema, que es el
aprendizaje por cognición, y hay otra, que parece ser la más común: cometer el
error. ¿Por qué todo niño tiene que fracturarse el cráneo para aprender que no
debía hacer precisamente lo que su madre le decía no hacer? Todos odian una
afirmación muy paterna: “Se lo advertí”, ¡pero insisten en omitirla!, ello es
efecto de que la gente insiste en convertir en experiencia los errores... ¡Eso
es mediocridad señores, si uno aprende de error en error, eso no es talento,
eso es mediocridad existencial! Entonces, no legitimemos nuestra mediocridad bajo
esas figuras estupidisantes que dicen que “echando a perder se aprende”. Vemos
que este país está en su actual situación porque llevamos 200 años echando a
perder todo, ¿y que se aprendido? Nada. O aprendimos algo de la egolatría de
Santander, de la mitomanía esquizoide de Bolívar, ¿Hemos aprendido algo? ¿Se
aprendió algo de los 8 años infernales del gobierno de Uribe? No se ha
aprendido nada. Entonces no justifiquemos nuestra mediocridad con esos axiomas
que son formas de moral social que terminan determinando nuestro
comportamiento. Empezamos por internalizar el axioma de que “echando a perder
se aprende”, y a partir de ese momento me levanto a cometer errores. Hay que
devolverle entonces la posibilidad transformativa a la razón. Insisto, a pesar de que mi posición es posestructuralista,
estoy defendiendo a la razón como
argumento del ser humano (pero a partir de Trias), ¿Qué es lo que nos dice en
el Tratado de la Pasión?: Que la
razón es efecto de la pasión, que no existe ninguna forma de razón, si no le
antecede una acción, ¿Y qué es la pasión si no lo que resulta cuando ponemos
por lo menos dos individuos cercanos el uno al otro? Esa es la pasión, es el
reconocimiento de la existencia del otro en la interacción. Y es el hecho de
que yo solo existo para el otro precisamente en esa misma interacción. Ahí les doy otro dato de una bibliografía: La
Presencia y la Ausencia, Contribución a una Teoría de las Representaciones
de Henry Lefebvre, un delicioso filósofo francés. El autor hace una panorámica
exquisita donde demuestra que todo pensamiento occidental ha sido primitario,
es decir, que siempre hay una presencia, una ausencia y una mediación entre las
dos. Esa mediación entre la presencia y la ausencia es lo que nosotros
denominamos en la semiótica “sigma”, recuerden esa excelente definición de Eco:
la semiótica estudia todo aquello que puede ser utilizado para mentir, y si
puede ser utilizado para mentir es porque es una presencia equivoca. El ser
humano no invento la palabra “fiera”
para hablar de la fiera, sino para advertirle al otro que allí viene la fiera,
alerta. Esa es la diferencia entre el lenguaje ostensivo y referencial de los
animales, que poseen lenguaje, y no me estoy remitiendo solo al preguntar, sino
a todo esa otra premisa en la etología que estudia las conductas animales. Si
yo no dispongo de un dispositivo para
decirle a Ork que ahí viene la fiera y me toca señalarlo, o lo que es peor, me
toca cargar a la fiera en la espalda... ¿por qué el ser humano invento el
lenguaje? Porque es muy difícil cargar el mundo en la espalda. Hay una forma
del interpretante que es cuando un elemento particular ostensivamente alude a la clase genérica a la
que pertenece. “Todas las cosas que son como esta se llaman libro”, allí
hay un interpretante, y allí hay una inferencia lógica, que exige que yo cargue
un elemento que pertenece a una categoría que me permite contarle a los demás
que ese elemento es ese y no otra cosa. Eso implica entonces cargar con el
mundo. Es delicioso... ¿recuerdan ustedes Cien Años de Soledad?
¿Recuerdan esa dialéctica paradójica del lenguaje cuando tuvieron que nombrar a
las cosas con su propia etiqueta? “El mundo era tan nuevo que no había nombre
para las cosas” Eso es la ostensión, el
lenguaje inicial. Así, los hombres se ponen de acuerdo para relacionar un plano
de la expresión completamente abstracto con un plano del contenido también
completamente abstracto que a partir de un momento determinado va a significar
“fiera”. Y seguramente durante mucho tiempo no existió nada que tradujera la
palabra peligro, o mejor la palabra fiera no significaba tanto el animal
referencial sino el efecto que podía producir desconocer la palabra cercana, la
vecindad de esa fiera.
Eduardo Viscoin dice que
el sentido es un con-sentido, una comunión del sentido, por ello, afirmar que
algo tiene un valor positivo o negativo, es una
alucinación si no se parte de interpretar, efecto de qué enunciación
simbólica esta cualificando, jerarquizando o valorando una acción, un
acontecimiento o una persona. Debemos insistir en el hecho de que partimos de
que no existen valores absolutos, por lo menos
no desde una ética interactiva. Así que, elaborar morales o éticas,
implica deconstruir los sistemas de significación y las hegemonías ideológicas,
políticas que subyacen a cualquier enunciado que cualifica las preguntas
ajenas. Hablar de ética no es hablar de la ética...para, para Dummies.
La ética no es la aplicación de un manual, ni de un repertorio de
urbanidades carroñescas. Toda urbanidad es un acto de carroña con la
sensibilidad ajena. Eso de ser políticamente correcto no es otra cosa que una
hipocresía social que tiene como propósito, valorarse, jerarquizarse y ganar más
dinero o al menos más respetabilidad. Entonces se dice “No, es que es
moralmente incorrecto que yo diga esas cosas, ¿Qué van a decir de mi? Si mi
labor es amaestrarlos, si mi labor es volverlos sujetos éticos” es decir, un
poco de mano de obra barata que salga rápido de acá, y que siga alimentando los
circuitos mercadotécnicos, y no contestatarios, mucho menos revolucionarios...

Entonces, el fuego nos
lleva a un estado de desdoblamiento imaginario, y lo que sucede en ese
desdoblamiento imaginario (Anoren 55:43) lo llamaba la otra escena, es que el
otro aparece en escena, ¿Recuerdan porque insisto tanto en el titulo del texto
de Eco? Cuando el otro entra en escena nace la ética, y como la ética no es una
substancia, porque es un efecto simbólico, una codificación, implica entonces
que los elementos éticos o eso que llamamos éticos, es decir las conductas
personalizadas, siempre están relativizadas con respecto a las conductas ajenas
y a las conductas de los demás. Estoy afirmando entonces... (Cualquier
ontólogo, cualquier cura pedófilo de este país, inmediatamente me mandaría la
inquisición) Pues estoy negando la substancia de la moral, la substancia de la
verdad, estoy diciendo que nuestras conductas sólo se pueden valorar si
partimos de un relativismo total de lo
simbólico, porque el mundo no existe sino en lo simbólico. No existe un mundo afuera
del sujeto que construya ese mundo soñándolo, pues para soñarlo debe haberlo
recordado, y para recordarlo debe haberlo bautizado. Por eso es que es tan
importante la lógica del detalle. Vamos por la vida bajo la suposición de que
el otro ya existe por naturaleza. ¿Cuántas veces le dicen a su madre antes de
salir de casa que la quieren, o a su padre?
Bajo la idea de que como han estado toda la vida presentes cuando los
han necesitado, entonces ya son completamente naturales, convencionales, y que
ya son “eso”. Resulta que uno solo es, cada vez que lo besan, no en el
intervalo, uno es cada vez que lo miran, no en el parpadeo. Si ese beso marca,
nace el recuerdo, la memoria del
beso. Si esa mirada marcó, el parpadeo se convierte en el recuerdo de lo visto,
en el ejercicio de la memoria. Así que hay que reivindicar nuestra libertad de
expresión a partir de volvernos barrocos, de estar constantemente obsesionados
con el detalle, de saber que no basta con decir una vez “te quiero”, para que
el otro se sienta querido. De la misma forma en que no basta con decir una sola
vez, “me repugnas”, “maldito fascista”, hay que decirlo ¡todos los días!, para
que no se evanesza la identidad del otro, porque la identidad es esa proyección
del bautizo que es esa conexión simbólica, hay una materialidad de la
significación del comportamiento. Así que revisen un poco en sus cotidianidades y se darán cuenta...
cuando sea demasiado tarde, será demasiado tarde, “solo nos reconocemos cuando
ya nadie nos queda”, afirmaba yo en alguna ocasión, enunciados que a veces sí,
o a veces no, pero que siempre son contestados por alguien, desde la
complicidad, o desde su pseudomoral que se ve afectada por mis enunciados, ahí
hay una existencia. Esa es la existencia. Existe ser fuera de sí, para por
sobre, en el otro, esa es la revisión que nos formula Sloterdjik al afirmar que
debemos recuperar no el Dasein sino el Insein, el dentro que se
proyecta hacia el otro. Entonces qué es lo que sucede... vamos a hablar de un
salto de la naturaleza a la cultura, que dos individualidades se conviertan en
cómplices cuando se permean o se entrecruzan. Que por lo tanto el espacio de lo
público no es otra cosa que el entrecruzamiento de las burbujas de lo íntimo.
Que en pocas palabras, si es el lenguaje el que nos otorga identidad, entonces para hablar, hemos de ser hablados
antes, de hecho, toda la vida luchamos con la forma como hemos sido hablados
por los demás, tratando de reivindicar precisamente en la interpelación comentativa,
quiénes somos, o quiénes no somos. ¿Esa parte sementeril queda clara?: Que no
seriamos distintos de ningún animal si no consideramos la posibilidad de
templar ante la ausencia ajena, o sea de haberla reconocido, y por ello
bautizado, y con ello llevarla al territorio del poema, es decir al territorio
de la memoria. Todo ser humano escribe
un poema algún día porque todo ser humano quiere recordar, quien más fue.
Somos la forma como
cualificamos el ser. El ser humano es ante todo un repertorio de arquetipos, y
un arquetipo es una cualificación, una asignación y un valor. Con ello
implícitamente una jerarquización de contenidos. Entonces lo importante no es
lo que hacemos, es cómo lo que hacemos, es o no es cualificado en un contexto
de interacciones específico, concreto y
determinado. Aquello que puede ser catalogado si lo hago en un taller de
semiótica con mis alumnas, seguramente es cualificado por una de ellas de otra
forma si lo hago en una fiesta, y así pueden extender ustedes toda su vida. El
mismo evento deja de ser el mismo cuando se cualifica de manera distinta. ¿Cómo
era que decían las abuelas anteriormente, con esa, ahí sí acertadamente doble
moral? “Una mujer debe ser una dama en la calle y una puta en la cama”. Esa era
la frase clásica de todas las abuelas. ¿Qué significa ahí eso entonces? Las
acciones no son tanto el referente, sino la cualificación de las acciones.
Aquello que causa asombro, escozor, escándalo en un contexto determinado,
genera absolutamente distintos tipos de interpretaciones y de reacciones en
otro contexto determinado. La inteligencia ética de un ser humano entonces, está traducida en un enunciado
clásico ¿no?: “donde puedes, haz lo que quieres”. Eso no significa que imites
comportamientos sino que entiendan las reglas que codifican y cualifican las conductas
y los comportamientos en ese lugar. Si yo voy a llegar en ropa interior a una
exposición de semiótica en un congreso en Irán, probablemente no salga de allí.
Esa es la primera actitud ética, sobrevivir. Estoy en total desacuerdo con el sacrificio personal cuando ello
implica la vida misma. Es un acto de estupidez. La vida es muy corta, fugaz y
accidental, como para que la desperdiciemos bajo epopeyas que siempre ocultan
la egolatría de un dictador, como “muere por tu patria”. O sea muere por mí. Patriotismo
es cuando los demás mueren, no cuando muero yo. O cuantas veces han visto
ustedes al general patriota yendo al frente de la fila. “Eso me gusta, que den
su vida por la patria” ¿Por qué no va y la da usted maestro? Parece usted al
frente. ¿Por qué tiene que ser el muchacho que acaban de agarrar por
indocumentado? ¿Por qué no es usted, que es tan culto señor general de tres
soles?

La vida es un instante
entre dos eternidades[1], eso nunca
lo olviden. Y es también lo máximo que deben recuperar, y tratar de defender.
De la misma forma en que no se pueden ir sacrificando en sus vidas por que sí,
tampoco pueden ir sacrificando a nadie porque sí. Porque toda gente existe y
merece respeto. Cuando se pierden los límites del respeto humano, se supone que
rescatar unos secuestrados es entrar y asesinarlos a todos. ¿Hace dos años, no
murieron acaso 200 niños en Moscú luego de un secuestro masivo? ¿Solo por que los sistemas sociales
carecen de respeto a la dignidad humana? ¿Los cuales sólo se basan en la
egolatría mito-maniaca de los cuasiseudodictadores que determinan las grandes
esferas? Y no estoy hablando ni de la izquierda ni de la derecha, estoy
hablando de todo fascista por que cualquier persona que se pretenda más
importante que el colectivo es un fascista. Ese es el límite, ese es el límite
real... Y una vez que sabemos, que en la medida en que estamos condenados a la
muerte, también tenemos la obligación de trascender, sin confundir la
trascendencia con la reproducción, y que entonces una vida no es digna si no se
traen vidas al mundo, lo cual no es más que traer al mundo mano de obra barata.
Hay otros estilos de vida, y necesariamente la maternidad o la paternidad no
son la realización de nadie. De hecho, puedo aseverar, que hay un oficio que es
mucho más brutalmente eterno, el cual es este que ejerzo yo. Porque yo no estoy
creando fotocopias de mi mismo. No estoy multiplicando a mis referentes. Estoy
proponiendo la revolución real, que
es cómo me veo a mi mismo y cómo veo a los demás. La educación: ahí es donde
esta la única eternidad.
Entonces fíjense, cuando nos dejamos
permear en nuestras conductas laicas, por ideologías religiosas, normalmente
terminamos idolatrando mesías, víctimas, y jugando al sacrificio. El único
sacrificio cierto es que deben obligarse a crecer, porque aunque no quieran el
tiempo los obligará. Y en general todo
referente de representaciones simbólicas que los interpela y que al
interpelarlos los convierte en identidades que los afirma, o, los envanece en
ustedes mismos. Ahora, cuando el hombre se enfrenta ante esa finitud, surge
inmediatamente pulsión a la trascendencia. Esa pulsión de la eternidad se manifiesta en dos otros
mundos en cuya convergencia brota el ser humano, el mundo de lo interior, el de
la muerte propiamente dicha, y esa otra ficción humana: el del sobre mundo, el
del paraíso, el de la resurrección. El judeocristianismo ha sido muy claro en
implementar esto ¿no? El conocimiento providencial, emanado desde Aurelio Agustín,
que es pontificado por Santo Tomas, básicamente nos habla de la providencia y
de la resurrección, de ese que todo judeocristiano vive la vida buscando. ¿Y la
resurrección para estar donde?, ¿al lado de los buenos, de los santos? Bueno,
¿Y si no triunfa el Cristo, si triunfa el otro, dónde seria la resurrección?
El destino no es algo como la identidad que
esta dado de antemano. Esa la construyen todos los días las personas,
caminando. Así pues, la premisa fundamental a partir de la cual vamos a hablar
del pecado y del castigo, es básicamente toda construcción de la muerte a
través del ejercicio de la memoria, la
adulteración del símbolo y el lenguaje, como fundamentos de la interactibiladad
humana, y con ello de la propia dignidad del ser humano. Ahora, dados como
seres para la muerte también es
recomendable que aprendamos a enterrar. La nostalgia es un acto de necrofilia.
Cometemos dos errores: a veces no recordar, y a veces no olvidar. Son dos caras
de la misma moneda. Porque tan necesario como es no olvidar, es aprender a
olvidar. ¿Qué sacamos años torturándonos por un amor perdido? Debemos aprender
el arte del olvido, aunque el poeta haya dicho que sola una cosa no hay y es el
olvido (Borges, en 1964 al final de la primera parte de ese bello y delicioso
poema). Pero volviendo, ¿por qué es recomendable y básicamente ético también
saber olvidar?: Porque nadie merece el dolor que no le corresponde. El dolor
que vimos la sesión pasada es subjetivo, como el sufrimiento: ustedes sufren
por que quieren. El dolor tampoco es una substancia, es el efecto de una
interacción. A veces es muy bueno sufrir
patologías como la perdida de la memoria inmediata, facilita mucho la vida.
Pero no podemos vivir en ello, porque si no la continuidad que exige el ritual
y el mito se desvanece, y nos volvemos tránsfugas de nosotros mismos. Si se van
a dedicar a la política, asúmanlo, pero si son dignos, nunca sean tránsfugas de
ustedes mismos, no se vendan a su otro yo. Mantengan la fijación de sus propias
dignidades, del ejercicio de su libertad, y no estoy diciendo que la libertad
termina donde empieza la libertad del otro, esa es una frase totalmente
maniquea y positivista. Mi libertad termina donde terminan las ganas del otro, que es bien distinto.
Estoy haciendo una lectura hedonista si se quiere, del arte del olvido...Así
pues, nos veremos luego, para empezar a hablar del infierno.
Agosto de 2010.